La profecía es agua oscura y misteriosa, siempre presente (i)
Para que la escritura suceda, es necesario desplegar el tiempo, y no solamente llegar a 2019, año en que inicia la investigación, sino también cavar agujeros más profundos. De ese modo, creo que es importante enunciar que hablar sobre Sorocaba es una gran provocación que acepté como posibilidad de crear tramas más complejas y torsiones en aquello que conocemos, y muchas veces sostenemos, como historia oficial. Y la historia como se nos presentó permanece intocable, innombrable y digna de conservación, remembranza y celebración. Frente a eso, traigo una escritura dislocada, que va-y-viene en el tiempo y transforma todo aquello que, como alguien radicada en esta ciudad, aprendí a ser el único punto de partida. Estas palabras, que acabamos de empezar a saborear y ni siquiera han llegado al núcleo, no suceden por sí solas.
Los antepasados son el tronco. Cultivando el tronco con devoción, frondosas se vuelven las ramas, y buenos frutos se producen. (ii)
Cuando comencé a investigar sobre el territorio de Sorocaba, hacía más o menos una semana que uno de los árboles muertos y secos, residentes de mi acera lateral, había caído. Fue un lunes, el día cinco del mes ocho, en que él se cayó encima de un carro. Su copa dañó la parte trasera del automóvil, como un último suspiro, ni siquiera necesitó de un viento para caer. Hizo una caída libre. Recuerdo que salí a la calle en pijama y aproveché para conocer a mis nuevos vecinos en el caos matutino. Según los relatos, el árbol había caído encima del carro de un pariente de la persona que había matado al susodicho. Era un tipo de ajuste de cuentas. En un abrir y cerrar de ojos surgieron bomberos, la policía militar, órganos de la alcaldía y curiosos que filmaron la parte lateral de mi casa para mandar a la televisión.
No puedo afirmar nada sobre todo el contexto, pero desde entonces me he apropiado de ese acontecimiento para alargar reflexiones, principalmente las que estamos viviendo actualmente en un ambiente macro. El vecino estaba incómodo con las hojas que, según él, “ensuciaban” demasiado. Realizar el ejercicio performativo de barrer la acera, casi que diariamente, me hizo llegar a nuevas posibilidades de existir, conectar y ejecutar mis tareas. Además, fue la manera que encontré de mantener vivo el otro árbol – el almendro – que vive en la acera de enfrente.
Otro lunes, el cielo se oscureció cerca de la hora del almuerzo. Me acordé de los árboles muertos, del asesinato concebido y de los discursos del vecindario. Me sentí adolorida, como si aquel cuerpo de raíces fuera mío, y la caída también, del cielo y del tronco. Fue a través del evento del árbol y del cielo que se hizo noche que pude concebir una guía para la investigación. El lejos, ese ambiente macro que nos causa incomodidad, es la canalización de todos los “cercas” que dejamos de mirar. La palabra-clave era cerca, la acción de estar cerca.
Entre una articulación y otra, entre demandas de la curaduría, fui invitando a las personas de mi red para tener una mirada más imaginativa y crítica sobre la ciudad. Perciban, desde los lados del Sesc hasta la Zona Norte, es posible crear puntos de conexión. Quien va por la Afonso Vergueiro, cerca del Maloca Centro Criativo, o por la Vila São João, debe saber que existe un río enterrado que trae a tono recuerdos acuáticos cada vez que llueve. El Cemitério da Saudade es un gran centro de rituales y canonización de personas de aquí.
Pues bien, ¿qué cambia cuando sabemos que la calle pasa por el medio del río? ¿Qué cambia cuando cuestionamos el régimen de quién puede hablar? ¿Qué cambia cuando nombramos? ¿Qué cambia cuando miramos y actuamos a partir del cerca? Son preguntas que hice, no para encontrar respuestas y certezas absolutas, sino para (des)orientar aquello que ya estaba listo, en la punta de mi lengua, cuando el asunto era la ciudad.
Estar radicada aquí me pareció muy importante para que el estudio siguiese por informaciones y caminos más relevantes y pertinentes al territorio. Pasé a desear que el estar cerca fuese un concepto- clave expandido. Un mantra para atraer enraizamiento todas las veces que el no pertenecimiento se hiciera presente.
Mirar en el fondo de los ojos de la ciudad
Y con el cerca definido como guía, mi primera interlocución fue con Drika Martim en el Clube 28 de Setembro. Era una noche de miércoles y estaba ocurriendo una reunión popular muy numerosa cuando llegué. Nos sentamos en una pequeña mesa, recuerdo que teníamos que hablar alto por la cantidad de personas y los tonos de voz, yo estaba nerviosa, pues Drika me proporcionaba un intercambio muy generoso, y tenía miedo de no poder anotar todo. Lo que para mi quedó latente es que la Zona Norte – así como los diversos movimientos negros que existen en la ciudad – tienen acciones muy intensas y agentes comprometidos con sus lugares de vivencia, como el Coletivo Samba Sorocaba y la Central Única das Favelas (Cufa), en donde Drika hace parte de la organización; el Centro Cultural Quilombinho, que actualmente está bajo la dirección de Luíza Alves, hija de Rosângela Alves, que falleció en 2017, con sede en el barrio Maria Eugênia; la Rádio Cultural FM y la Biblioteca Comunitária Milton Expedito, ambas en el barrio Paineiras; el Ato Ecumênico, idealizado por Rosângela Alves, que ocurre anualmente en noviembre en la Capela Senhor do Bonfim, entre otras acciones y colectivos – cuyos nombres aún son desconocidas – que se ueden estar encendiendo como chispas en este exacto momento, mientras mis dedos hambrientos digitan estas palabras.
Vanessa Soares, durante el café de la tarde en mi casa, compartió su perspectiva lúdica, experiencias permeadas por el maracatu y por las manifestaciones populares. Aunque sean relevantes para la ciudad, esas actividades muchas veces son silenciadas por los libros y/o por el reclamo constante de la vecindad que escucha la vibración de los ensayos de maracatu en las plazas públicas. Daiana Moura, que también es amiga de Vanessa – porque aquí nosotros medio que conocemos un poco de todo el mundo (o, al menos, ya escuchó hablar) –, señaló cuestiones importantísimas sobre João de Camargo (iii) (1858-1942), nacido en condición de esclavitud. A través de un mensaje de la dimensión de los cielos él recibió la misión de fundar una nueva religión en Sorocaba, por medio de la Igreja da Água Vermelha (iv) (1906). Nhô João curó (y todavía cura) a mucha gente de dentro y fuera de la ciudad. Con eso, en homenaje al negro-viejo, además del Ato Ecumênico, hay recorridos dentro del Cemitério da Saudade. Es considerable enfatizar no sólo la permanencia y el funcionamiento de la iglesia, hoy conocida como Capela Senhor do Bonfim, sino también celebrarla como un símbolo de resistencia, principalmente dentro de una ciudad que sofoca todo lo que desentona de la norma. Otra cuestión relevante y que nos concierne dentro de una mirada más crítica es que mucho de los que conocemos y leemos sobre la vida de João de Camargo fue (y aún es) escrito (y publicado) por personas blancas, entonces nos corresponde reflexionar sobre cuál grupo continúa contando (y validando) nuestras historias.
Hicimos algunos paseos a pie por el centro de la ciudad con Flávia Aguilera y Ronaldo Ramos, con el fin de (re)conocer un suelo, donde es necesario tener la observación y otros sentidos activados para no correr el riesgo de solo mirarnos rápidamente. Perdemos mucho cuando no vemos. Sorocaba guarda indicios de que el centro de la ciudad, entre el eje de la calle São Bento – Igreja de Sant’ana, haya sido parte del Caminho do Peabiru. Pero, poco sabemos sobre los territorios indígenas antes de la llegada de los exploradores (figuras muy celebradas), nada que puede ir más allá de lagunas y contradicciones. Entonces, ¿cómo podemos enfrentar estos surcos? ¿Qué tipo de información llega cuando miramos profundamente a los ojos de la ciudad?
Los encuentros (v) fueron ocurriendo y me interesaba cada vez más escuchar a las personas y preguntarles, no solo sobre los acontecimiento de aquí, sino también sobre cómo se sentían en relación a este lugar: ¿Será que se sentían pertenecientes? y si sí, ¿cómo medían la pertenencia? ¿Será que ellas también se preguntaban qué nado era necesario componer para atravesar las calles que tienen nombre y apellido de exploradores? ¿Y si los ríos cubrieran esos nombres y todas las otras placas? yo solía demorarme en las preguntas, pues ellas me llevaban a un lugar-entre hirviente. Fue de esa forma, desde un cerca muy profundo, que fui dibujando un sinfín de conexiones, saliendo de las certezas (absolutas) para hacer la travesía por las entre líneas, por el dicho y no dicho y por aquello que se resguarda en el secreto.
Los insumos, inicialmente elementos que estarían solamente en el campo conceptual del proyecto, desembocaron con el educativo en una alianza muy potente con la coordinadora Renata Sampaio. Y, a pesar de la distancia física, percibimos que existía un hilo conectando nuestros territorios de experiencia. Él partía del suelo, por cuestiones históricas, pero también permeaba dimensiones invisibles, lo que volvió más íntimo todo el proceso de trabajo. Con eso, empezamos un mapeo con toda la información recogida desde agosto de 2019, lo que nos permitió llegar a flujogramas, mapas y, más adelante, en el Apé, (vi) un juego de tablero construido colectivamente.
Travesía por los surcos de la ciudad
Existe un mundo paralelo, contiguo a este en el que vivimos. Eres capaz de entrar en él hasta cierto punto. Eres capaz también de volver de allá sano y salvo. Con tal de que estés atento. Una vez más traspasado cierto punto, nunca más será posible volver. No vas a encontrar el camino. Es un laberinto.
Haruki Murakami
El mundo anunciaba el brote de Covid-19. El aislamiento social, así como el uso de tapabocas y la higienización de las manos, era recomendado para que la contaminación se contuviera. Serían “apenas” quince días, que se volvieron un mes, un año y, por lo menos en Brasil, percibimos que viviríamos una política declarada de muerte (vii). Fue prudente recalcular las rutas, abdicar de algunos caminos, cancelar conversaciones y visitas agendadas y aplazar cualquier cosa prevista para ocurrir en los próximos meses.
Entonces, en medio de esa neblina, me crucé con una publicación de la fotógrafa Isadora Romero, en el perfil de Foto Féminas (viii), cuyo pie de foto iniciaba con una pregunta: ¿Qué significa el territorio en tiempos de cuarentena? La provocación hacía referencia a la alta tasa de mortalidad por Covid-19 en Ecuador y tenía como objetivo reflexionar sobre el aislamiento. Romero, a través de sus fotografías personales, del archivo de la NASA y de Google Street View, creó un espacio territorial pixelado, un viaje imaginario posible, para el caso de no poder salir más de la casa. Me sentí muy atravesada por la observación de Isadora y pasé a realizar algunos ejercicios de desplazamiento en los cómodos de la casa, en el patio, en los sueños, hasta en las simulaciones de Google Maps para que no me olvidara cuánto tiempo demoraba el bus en dar la vuelta a la cuadra.
El cerca, estar cerca seguía siendo indispensable para la investigación, pero ahora un estado de porosidad, capaz de escuchar y habitar en las fisuras, se volvía fundamental. ¿Cómo provocar cruces en una ciudad que no permite la permeabilidad? ¿La disponibilidad es una responsabilidad única del lugar o de las personas? ¿Qué pasa si un viento muy fuerte golpea los muros de la ciudad? ¿Las aguas podrán finalmente fluir o Sorocaba es un desierto? Una reelaboración del territorio, más allá de una gran extensión de tierra posible de ser encontrada en un mapa, era necesaria.
Recurrí al tarot, con el fin de reflexionar, por vía ocular, no solo sobre un nuevo punto de partida sino también traer, nuevamente, la imagen del desierto. En el juego, se me presentó de los arcanos mayores: La Emperatriz (III) seguida por la Torre (XVI). En las cartas (ix), La Emperatriz es una mujer corpulenta y está con las piernas en el agua y el resto del cuerpo en la tierra, ella sostiene relajada una granada en la mano derecha en un jardín florecido e, detrás de ella, la luna llena aparece junto a un escudo con el símbolo de Venus. La Torre, normalmente un arcano muy temido, nos muestra un presagio de desmoronamiento, dos mujeres caen de una torre que es golpeada por una pluma con colores del fuego. ¿Qué sería el fuego en el campo fértil de la mujer corpulenta? ¿Dónde estarían sus semillas después de la destrucción? Al interpretarlas juntas, pensé en una explosión muy poderosa que posibilita el surgimiento de otra cosa, un tipo de expurga dramática.
Me dirigí al universo particular de los lotes baldíos, tan numerosos y presentes en la ciudad, que también se asimilan a “mini-cerrados”. Es gracioso que, cuando somos instigadas a otros procedimientos, los pasajes se presentan. Días después de la orientación de las cartas y de las áreas verdes una amiga se acercó y me contó sobre la Canela de ema, una planta del cerrado que se encuentra, normalmente, en los estados de Bahia, Distrito Federal, Goiás, Tocantins, Mato Grosso, São Paulo, entre otros. Esta planta tiene un crecimiento muy lento y florece incluso después de quemada, pues su principal característica es la combustión. Además, ella también tiene fines medicinales, artesanales y, hasta como leña. Acogí esa información como una intuición muy fuerte de que la mezcla entre la Emperatriz y la Torre podría resguardar una fénix del cerrado, la planta que nace después de los incendios.
Percibí que estaba (re)elaborando en movimiento, borrando los contornos, viajando por lugares laberínticos y que nada estaría listo (mucho menos este texto). No existía una única perspectiva para el territorio y las numerosas opciones no tenían la intención de volverse una nueva verdad. Nuevamente, era necesario emplear una energía imaginativa. Entonces, comencé a esbozar: territorio es travesía, desplazamiento, encrucijada, catalizador que promueve el encuentro de las diversas epistemologías. Territorio es la vibración de los flujos energéticos, el estremecimiento antes de la caída de la Torre bien sea por la pluma de fuego o por un rayo. Un día leí que las erupciones volcánicas son generadas en las profundidades del planeta. El volcán también es un territorio: su lava, su estruendo, su explosión y destrucción. Territorio es afecto, afectación, porosidad. Cruce. Territorio y cuerpo. Territorio es aquello que nos orienta y desorienta, así, en la misma fuerza. Y tal vez nuestros ojos aguados también sean un territorio…
Camila Fontenele
asistente curatorial